viernes, 14 de septiembre de 2012

EL ARTE DE LA PINZA.




Las mujeres nos caracterizamos física y principalmente por nuestro distinguido aparato reproductor, el pecho, el vello, el pelo en la cabeza que no hace como las hojas de otoño a partir de los 25, y por tener una parte del cuerpo permanentemente congelada.
No funcionan los calcetines de algodón, las colchas o las mantas de sofá. Dan igual las estrategias para calentar los pies, porque sólo una es efectiva aunque sea la acción más vil y egoísta que existe.
Cuando inicias una relación, es la letra pequeña del contrato, un punto no estipulado pero al que inevitablemente tu hombre está obligado a servir. 
La primera vez es sutil, os tumbáis juntos y tú con esos témpanos por pies, buscas un hueco entre sus piernas, contra sus muslos (cuadriceps, como quieren que los llamemos), o le echas imaginación, este acto permite innovar más que el Kamasutra.
Él pasa por todas las fases, de la negación a la rabia, con grito desgañitado ante el primer contacto, pero acaba en la aceptación porque como va a negarte a ti, la mujer de su vida, el calor para evitar que se te caigan los dedos.
Ha cometido un error porque él te da la mano y tú le coges el brazo, como los monstruos de ciencia ficción conviertes en un hábito robarle la energía vital. Le pides, es más, le exiges que te deje meter los pies congelados entre sus piernas y al final lo extiendes a otros miembros como las manos o la nariz también propensos a visitar el ártico.
El arte de la pinza está muy arraigado en la sociedad y procede de nuestro instinto femenino. Pensad que quizás se merecen una cenita por tantas veces que de manera altruista dejan que los utilicemos como objeto, ni siquiera sexual (para eso no oponen resistencia).

No hay comentarios:

Publicar un comentario